Las victorias militares de la era anterior habían aplacado a la Hueste y, en medio de una relativa paz, Lucifer ordenó elevar la raza de Adán y Eva para recordarles, tras cientos de años, los objetivos de la Caída. Mandó a diez de los suyos por el mundo para aleccionar a los hombres en los secretos de la Creación, forjando civilizaciones. Los diez Vigilantes visitaban a sus aprendices periódicamente, y dejaron libros de su saber para que su mensaje no se perdiera. Y su mayor don fue la palabra escrita, haciendo posible que el conocimiento se propagase por su propia cuenta.
Sin embargo, algunos traidores entre los caídos sintieron temor o celos ante la autosuficiencia que comenzaba a mostrar la civilización de las cenizas y, para conservar el control que las legiones tenían sobre los mortales, planearon sustituir la raza de Adán y Eva por una derivada de ellos. Los nephilim, seres que en general no conocían la humanidad inherente del hombre, surgieron del ayuntamiento de demonios y mortales. Se hicieron con el control de las ciudades humanas y mataron a los Diez. Lucifer, indignado, cayó sobre ellos y sus progenitores, y este acontecimiento se llamó La Ruptura.
Y ocurrió entonces que, cuando la humanidad aprendió los dones de los Caídos y tuvieron una comprensión de sí mismos mayor de lo que nunca imaginaron, se quebraron. La Lengua Única se partió en miles de dialectos menores, y los mortales se separaron en otras tantas tribus. La ruptura de las lenguas tuvo como consecuencia que dejaron de comprender lo que veían en sus protectores y los relegaron a leyendas y supersticiones. El torrente de fe que alimentaba a las legiones se secó.
Así fue como Miguel y la Hueste comenzó a ganar terreno inexorablemente y acabó por capturar al Príncipe y sus Caídos, condenándolos esta vez al olvido eterno.
Todavía orgullosos, los condenados fueron acinados en el Infierno, pero no desistieron a su coraje. Sólo cuando las puertas se cerraron y Lucifer no apareció entre ellos se sintieron realmente vencidos.
Sin embargo, algunos traidores entre los caídos sintieron temor o celos ante la autosuficiencia que comenzaba a mostrar la civilización de las cenizas y, para conservar el control que las legiones tenían sobre los mortales, planearon sustituir la raza de Adán y Eva por una derivada de ellos. Los nephilim, seres que en general no conocían la humanidad inherente del hombre, surgieron del ayuntamiento de demonios y mortales. Se hicieron con el control de las ciudades humanas y mataron a los Diez. Lucifer, indignado, cayó sobre ellos y sus progenitores, y este acontecimiento se llamó La Ruptura.
Y ocurrió entonces que, cuando la humanidad aprendió los dones de los Caídos y tuvieron una comprensión de sí mismos mayor de lo que nunca imaginaron, se quebraron. La Lengua Única se partió en miles de dialectos menores, y los mortales se separaron en otras tantas tribus. La ruptura de las lenguas tuvo como consecuencia que dejaron de comprender lo que veían en sus protectores y los relegaron a leyendas y supersticiones. El torrente de fe que alimentaba a las legiones se secó.
Así fue como Miguel y la Hueste comenzó a ganar terreno inexorablemente y acabó por capturar al Príncipe y sus Caídos, condenándolos esta vez al olvido eterno.
Todavía orgullosos, los condenados fueron acinados en el Infierno, pero no desistieron a su coraje. Sólo cuando las puertas se cerraron y Lucifer no apareció entre ellos se sintieron realmente vencidos.
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